Jorge Di Paola - Minga!


A propósito de Minga!

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Jorge Di Paola - Minga! [Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012]






Article écrit pour Espacio Murena


¿Adónde va Pablo Von Paulus? ¿Por qué recorre sin razón aparente esos lugares perdidos de la pampa húmeda? Simplemente porque algo se quiebra en él, en su integridad de matemático obsesionado, creador de teorías que provocan el rechazo de los positivistas, cuando recibe la noticia de un trágico (y absurdo) accidente: su amigo José Curu, ha sido literalmente decapitado allá en Ipanema por una teja que volaba, la muy maldita.

Así es como arranca la extraordinaria novela de Jorge Di Paola, Minga!, originalmente publicada por Ediciones De La Flor en 1987, y ahora reeditada por Ricardo Piglia en su Serie del Recienvenido en Fondo de Cultura Económica. El evento descabellado que le sirve de disparador pronto se vuelve lo que César Aira llamó en su tiempo el “procedimiento teja”[1].

Minga! es una novela que hace del disparate algo nuevo, otro, no buscando en ello la carcajada fácil (aunque la risa es también un arte y, de todos modos, esta novela tiene más de un momento gracioso), sino la herramienta para soltar la novela directamente, sin preámbulos, hacia el campo magnético de un procedimiento fuera de sí, veloz, incontenible. Una novela proyectada en un tiempo T (la letra que es eje del libro) que más que tiempo es el gran entramado de lo simultaneo, una velocidad en tiempo real, alucinante, detalladísima. De ahí la densidad, la riqueza de una novela no tan larga en páginas. La metáfora matemática es el elemento clave de esta densidad narrativa, operando allí como sistema para el disparate, que así organizada se vuelve poética. El procedimiento, puesto al descubierto, es procesado dentro del relato bajo la forma del personaje mismo, Pablo Von Paulus, matemático.

Una densidad que, por otra parte, nos da ganas de exagerar un poquito, adelantando una afirmación acaso excesiva, ésta: la novelas ya fueron todas escritas, claro, pero faltaba una, faltaba Minga!. Ahora bien, Di Paola escribe como si esta afirmación fuera verdadera. No para hacerse pasar por un genio –faltaría más– sino porque acaso no había otro modo de escribir algo verdaderamente bueno (de todos modos, Von Paulus, su personaje, conforma una especie de metáfora del genio en tanto delirio, en tanto descarrilamiento, es decir: del genio como falla del pensamiento). Di Paola necesita de la idea del genio como exceso, como broma, como artefacto caduco para darse valor. Un valor por lo demás autosuficiente, ya que no se trata de un escritor que hizo gran cosa a favor de su propio reconocimiento, y que además publicaba muy poco. El valor radica en el acto de escribir y pensar sus textos, nada más y nada menos que eso.

Se podría decir que Di Paola es una suerte de maestro escondido, un escritor secreto, el eslabón que faltaba, leído por pocos pero por los buenos (hay algo de romántico en su figura, un romanticismo que la inteligencia extrema de sus textos desmiente y burla). Reverenciado no solamente por Aira sino también por Bizzio, por Guebel, por Fogwill, etc. (Uno de los pocos por lo demás, junto con Laiseca, que parece capacitado para hacer coincidir la antinómica pareja Piglia-Aira). Un autor de manuscritos inéditos que se leían por acá o por allá y que, en un momento, se perdían. Algunos, por suerte, se publicaron.

Con la muerte del autor, con el paso del tiempo, acaso vendrá pronto el reconocimiento de este hilo secreto, escondido, del canon. Aunque, por otro lado, no importa tanto eso del canon, lo que importa es la inventiva, la libertad, la atracción infatigable de esta novela de novelas.

Se dijo muchas veces –forzosamente, dada su biografía (Tandil, el encuentro a los veinte años con el escritor polaco)– que Di Paola era un escritor gombrowicziano. Lo era, claro, y en cierto sentido se pueden encontrar en Minga! rasgos del estilo del polaco, ciertos toques de la inmadurez en sus desfasados personajes, o en ciertas escenas, como el poder ejercido por un pie salido de una frazada sobre una mucama indefensa. Pero podemos también encontrar otros rasgos en esta novela autoconsciente, sobre todo un rasgo macedoniano. Minga! es, entre otras cosas, otro museo burlón de la novela. Hay un homenaje directo a Macedonio: un “prologo del epilogo”, que no se lee ni antes ni después de la novela, sino dentro de ella, irrumpiendo sorpresivamente en plena acción. Pero, sobre todo, en sus páginas habitan las huellas de una misma voluntad para desmoronar con alegría toda la posible vacuidad mecánica del relato y de la relación normativa autor-lector.

Di Paola, no obstante, es un narrador, no una especie de filosofo criollo, y Minga! nos narra con maestría la historia de un amor fracasado (o a punto de fracasar). Los guiños al lector son constantes, pero no bajo la forma de alusiones para los entendidos –lo que sería la peor tradición posmoderna– sino más bien como juego sutil para provocarlo, para empujarlo fuera de sus casillas. A tal punto que es como si, en primer termino, escribiendo esta novela, Di Paola buscara provocarse a sí mismo. Como un modo de no dejarse adormecer por su propio talento (un talento enorme, inconmensurable).

He aquí una novela que rehúsa de todo confort, sin por eso perder nunca el encanto. Porque leer estas paginas es perderse en la dulzura (a veces, muchas veces, irónica, claro) de una voz narrativa muy acogedora. Hay una enorme generosidad en esta novela, el placer certero de estar ahí, leyendo (o para el autor, escribiendo). Es un dialogo lector-autor, un dialogo a distancia. Nadie se olvide de que en todo dialogo yace implícita la sordera, pero aun así dialogo al fin y al cabo. Di Paola considera tanto al autor como al lector como otros personajes de la novela, tan perdidos como lo son Pablo Von Paulus y su amada Natacha Filipovna.

¿Perdidos realmente, autor y lector? Por supuesto que no, se trata solo de la ilusión de perderse, lo que podríamos llamar enfáticamente la “magia del relato”, volverse un Pablo Von Paulus perdido en algún Puerto Amnesia, andando hasta una Playa Qué-se-yo, huyendo precisamente de un lugar llamado Huyamos-de-Aquí.

Porque hay magia en Minga!, y no poca. En primer lugar, la magia del estilo. Si Aira se preguntaba, a propósito de Osvaldo Lamborghini, “¿como se puede escribir tan bien?”, podríamos ahora hacernos la misma pregunta con Jorge Di Paola. Lo que fascina es la capacidad para tejer (o trenzar, como lo hace este viejito solitario y tosco que hospeda al perdido Von Paulus en su casucha perdida, trenzar, pues, para seguir con una de las múltiples “metáforas” gauchescas, pampeanas, paisanas que pueblan el libro) un idioma lleno de giros sorpresivos, de léxicos variadísimos, de curvas, de líneas quebradas, de alusiones murmuradas, es decir un idioma que serpentea todo el tiempo pero que jamás (jamás) se pierde en esta especie de “gratuidad” barroca que podría tan fácilmente arruinarlo todo. “Abro Minga! al azar y leo, leo, leo. Me pasó más de una vez: si la leo entera es una novela, si leo sólo una página es poesía”, dijo Sergio Bizzio[2].

Di Paola, por más que se divierte, por más que pretende enredar al lector en sus entramadas consideraciones, nunca se vuelve confuso. Porque nunca suelta las riendas, que tiene bien apretadas en su mano segura de escritor-gaucho tocado por la gracia del relato, cuando éste ya no tiene el imperativo ni de seducir ni de provocar, puesto que provocar ya no vale la pena (si es que hubo un tiempo cuando lo valía). Di Paola quiere un lector despierto, dispuesto a jugar con él, no un lector atemorizado por los excesos de un texto sin control.

Es curioso (acaso paradójico) cómo una novela así, tan libre formalmente, tan colmada de brotes sorpresivos, de pequeños delirios, a fin de cuentas ostenta tantos signos de perfección. No que lo sea realmente, que no es lo que importa (la perfección ya nos tiene hartos), sino que en su arte extremadamente controlado y extremadamente libre a la vez, propone una esplendorosa configuración para lo micro y lo macro. Porque el lector tiene que mantenerse atento: Di Paola suelta detalles importantes, micro-informaciones, por los rincones menos esperables del relato, y esos pedazos pequeños de información, esas bromas que son bromas y no lo son, todas estas chispas conformarán al fin el gran cuadro del relato –Daniel Guebel apunta con razón que en sus relatos “todo esta a la vista”[3]–. Di Paola no se burla de un lector azorado por tanto despliegue narrativo, para nada, Di Paola lisa y llanamente confía en el lector, y es así como nace la magia del texto.

Pero, sobre todo, los personajes de Minga! son hermosos, existen en la mirada del lector. Eso, por suerte, no supone cualquier mala psicología, por supuesto, sino que Di Paola, en su dulce ironía, les deja espacio para ser. Porque, como ya dijimos, Minga! es una historia de amor, la historia asimismo del deseo como contradicción insuperable, el baile tremendo del no y del sí, del te quiero pero no te quiero, o sí te quiero pero vete de aquí. Y los protagonistas de esta historia no son las caricaturas exactas que uno, con descuido, creería que podrían ser si esta novela solo fuera una farsa. En eso, acaso, en este más-allá de la farsa, Di Paola se aleja de Gombrowicz, ese soberbio farsante de genio. Tiene una asombrosa capacidad para esbozar personajes no meramente creíbles (porque el verosímil también nos tiene hartos) sino plenamente disfrutables, puesto que no se dejan entrampar por rumbos previsibles (Di Paola bromea, en varias partes macedonianas, con este supuesto deber ser o deber comportarse de los personajes de novela). De todos modos, este libro es mucho más que una farsa o la superación de la idea de farsa, es una historia de amor con final equívoco, en una noche de perros que ladran.

En una época en la que ya no sabemos si nos quedan tantas razones para leer, esta novela viene justo a decirnos que sí, que nos quedan todavía algunas, o más bien que al carajo con las razones porque lo que importa a fin de cuentas solo es la felicidad de leer, y de reír y de conmoverse con personajes frágiles y bellos, libres todos, lectores y personajes, en el plano delirante de la ficción como forma más acabada de la vida.

Pues bien, a leer Minga! y a disponerse a merecer esta cristalina confianza que nos ofrece su autor, un secreto que ya tiene que ser compartido.

[1] http://www.ramona.org.ar/node/14881

[2] http://www.ramona.org.ar/node/14880

[3] Daniel Guebel, Mis escritores muertos, Mansalva, 2009.

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