Mario Levrero - Fauna / Desplazamientos

Dos miradas hacia adentro

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Mario Levrero - Fauna / Desplazamientos [Mondadori, 2012]





Écrit en mars 2013 pour Espacio Murena

"Se me ocurrió que la verdad de las cosas es necesariamente difusa, imprecisa, inexacta; que el espíritu se alimenta del misterio y huye y se disuelve cuando lo que llamamos precisión o realidad intenta fijar a las cosas en una forma determinada −o en un concepto−“. Leemos esta declaración casi programática en algún punto de Desplazamientos, una de las dos novelas cortas que integran este volumen que Mondadori acaba de reeditar, después de una única edición por Ediciones de la Flor en 1987. A Levrero le preocupa no lo real en sí sino los modos que nos permiten percibirlo. Fiel integrante de esta tradición “rara” uruguaya que prefiere la radicalidad subjetiva de una mirada altamente personal sobre cualquier pretensión de objetivismo, sus escritos encontraron varias soluciones para encarar esta “inquietud” perceptiva. Con este libro tenemos dos ejemplos que evidencian con mayor soltura la esencia del arte levreriano.

En Fauna, descubrimos a un escritor que no elige entre lo aparentemente lúdico de una estructura retomada del policial −su narrador admitiendo en un momento que le gustaría verse como un “detective neoyorquino”− y la investigación de una preocupación mayor en su obra, lo parapsicológico como red de signos y de conexiones fuera de lo común, de lo aceptado y de las categorías tradicionales. La recuperación de la tradición de lo policial aquí funciona como herramienta práctica para desarrollar ciertas ideas y propuestas y no como intención parodíca o humorística (para eso, mejor leer al auto-declarado folletín Nick Carter o los pasajes mas rocambolescos de La banda del ciempiés). De todos modos Levrero nunca fue, como se sabe, un escritor posmoderno. No le interesaba reordenar las fronteras entre tradición culta y literatura mala. La mezcla de géneros y de registros en su escritura es asunto natural, producto de una cultura despreocupada por tales supuestas fronteras. Por otra parte, en este texto escrito en 1979 encontramos también rasgos de una escritura autobiografica en ciernes que poco a poco ocupará más y más espacio en su obra, aunque ahí prefiere mantenerse al amparo de la ficción.

El segundo texto, Desplazamientos, de 1984, pertenece a la línea “onírica” levreriana, en relación directa con las tres novelas integrantes de su ya clásica Trilogía involuntaria. Ahí tenemos a uno de sus escritos más radicales: perturbador, sorprendente y lleno de una tensión difusa y malévola de principio a fin. Un texto también experimental, que sin ningún ingenio superfluo (Levrero nunca fue de esos escritores gustosos de malabarismos estructurales) logra construir un relato que mediante círculos concéntricos propone todas las posibles variantes de un mismo acontecer. Pero no se trata de un mero ensayo fantástico (Levrero, pese a que alguna vez fue tachado de “maestro de lo fantástico”, nunca se considero a sí mismo como tal), sino, en primera instancia, de la preocupación del uruguayo para escribir textos que puedan acercarse a esa “verdad de las cosas” que tanto le importaba. Podrá presentarse bajo modos diversos, desde un aparente realismo casual (como las descripciones pormenorizadas del los juegos de flipper en Fauna) hasta, por ejemplo, adentrase en una especie de pesadilla claustrofóbica como la de Desplazamientos.

En una entrevista, Levrero dice: “Mi novela favorita es la única unánimemente repudiada por los críticos y por los amigos: Desplazamientos. Hace unos días un amigo que es muy lector de mis cosas me devolvió sin leer el ejemplar que le había prestado, y esto no es ninguna novedad. Todos me dicen: ‘no puedo leerla’. Este amigo lo hizo por autoprotección, conscientemente, porque sufre de depresiones y sintió que la novela lo iba a sumergir en uno de esos estados del que después le cuesta salir. Es probable que a muchos les pase lo mismo, pero no se dan cuenta; simplemente ‘no pueden leerla’“. Viniendo de cualquier otro escritor se podría tomar este discurso como una coquetería perdonable, pero no con Levrero, porque en su caso no se trata para nada de coquetería. Escribir, para él, no era solamente armar propuestas estéticas mediante una sabia mezcla de reflexión y de invención. Era más bien encontrar, cada vez, el modo de referir en profundidad experiencias y percepciones personales, sin hacer trampas. “Todo lo que escribí fue de alguna manera ‘vivido’; no trabajo con invenciones intelectuales, sino que escribo [...] mirando hacia adentro y observando lo que allí veo“, añade en la misma entrevista. Desde este punto de vista, podemos pensar que lo autobiográfico estuvo presente en su obra desde el principio, y que partiendo de La ciudad hasta la póstuma Novela luminosa, se mantiene la coherencia de su propuesta. De modo que sus textos, impregnados por la presencia de un anima fuerte (una visión si se quiere, a pesar de la vaguedad o de la cursilería del termino), pretenden ese “efecto”, entendido como un ir más-allá del simple goce estético.

Si la idea de concepto para Levrero es reductora y empobrecedora es porque no escribe bajo el influjo de una idea que tenga que encontrar su forma en el papel sino obedeciendo a una obsesión, a algo tramado casi a pesar suyo por la mente y que necesita explayarse imponiendo su forma. Es por eso acaso que las líneas estéticas en su obra podrían parecer a primera vista tan dispares. ¿Qué es lo que liga la amenidad aparente de Fauna −narración lineal con sus guiños hasta lo popular, con su trama cotidiana y sus meditaciones psico y parapsicológicas− con la angustiosa violencia difusa y caleidoscópica de Desplazamientos? Acaso lo que podría considerarse como un núcleo temático común: el deseo erótico y su poder sobre nuestro frágil equilibrio.

Estas dos novelitas son como las dos caras de una misma moneda, dos modos opuestos de encarar la realidad de un erotismo considerado como una fuerza más o menos controlable. Por un lado, en el primer texto, desde el razonamiento y la indagación parapsicológica, asunto sumamente serio para Levrero (autor de un famoso Manual de parapsicología), por el otro, el poder inconciente y poco maleable del deseo bruto, animal y poco comprensible. En Fauna, la historia de una mujer embrujada, escindida en dos personalidades opuestas, funciona como metáfora de un deseo que se niega o se exacerba pero jamás se disfruta, mientras que en Desplazamientos el deseo no se puede (o solo difícilmente) refrenar, en tanto una fuerza inhumana o demasiado humana, en resumidas cuentas, poco grata. El obvio resultado en los dos casos es la insatisfacción, el malestar y la culpa.

En Levrero lo sexual muchas veces asume su doble cara, una ambivalencia en la que el conflicto entre erotismo benévolo y tentación ignota hasta lo abyecto (incontrolado, inasible) conviven y no sin tensiones. Encontramos en Desplazamientos escenas de un sadismo solapado que por resultar inciertas (no tenemos bien claro si tuvieron lugar o no) cobran más fuerza aún. Podemos también recordar ciertas consideraciones sobre las imágenes pornográficas leídas en La novela luminosa, cuando el autor evoca la delgada línea que va de la belleza casi desgarradora hasta la representación de una violencia que ya no es simbólica sino, lisa y llanamente, insoportable.

La idealización de lo sexual −es decir, tratándose de Levrero, de lo femenino como estado “cristalizado” radicalmente opuesto a lo masculino−, cuando tiene lugar, roza a veces lo inverosímil, es decir la idea de una feminidad exagerada, exacerbada, como un mito menor. La mujer (doble extrovertido de la ensimismada Flora) que le da su nombre a la novela Fauna es descripta, con pizcas del discreto humor levreriano, como una suerte de femme fatale perfecta, una hermosa rubia como cifra arquetípica del deseo masculino, figura a la vez intemporal y moldeada por cierta tradición cinéfila hollywoodense. Por su condición misma de fantasma idealizado, esta mujer es inalcanzable y entonces no verdaderamente peligrosa. Todo lo contrario de la terriblemente real y carnal mujer que incendia un deseo incontrolado en Desplazamientos. El peligro, cabe aclararlo, yace en la mirada deseosa del hombre, en la ilusión nefasta del poder, escondida detrás de todo deseo erótico, no en la mujer en sí. De ahí que simbolizar sea acaso garantía para una necesaria distancia. Podríamos considerar que la indagación parapsicológica funciona de este modo, una manera de fijar con símbolos lo que difícilmente se deja reducir a percepciones claras, una sed de signos dispuestos a enfrentar lo desconocido. En Desplazamientos, el narrador no sabe, no puede o no quiere producir esa distancia, de ahí la presión ejercida por un relato asfixiante, un mundo sin libre albedrío, colmado por confusas imposiciones.

El deseo, a fin de cuentas, leído como metáfora de lo que no se deja fijar, de lo que no se puede simplificar, lo huidizo perdido en la tupida selva del ser. El lector con este libro “se alimenta del misterio“, y explora esta región peculiar, sutil, en la que yace el talento inconfundible de Mario Levrero, autor de textos que detrás de una tramposa legibilidad esconden la inasible riqueza de lo que no se agota y no se deja reducir a certezas o a explicaciones siempre incompletas.